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Album de un Viaje por la República de Chile por Claudio Gay

En febrero de 1856, en una carta dirigida al presidente de la Academia de Ciencias de Francia, a la cual aspiraba ingresar, Claudio Gay alude a su condición de botánico-viajero. En la misiva en que presentaba su candidatura para la sección botánica de la reconocida institución, el naturalista recordaba que la que llama “categoría de botánico-viajero” se encontraba vacante, y que la tradición hasta entonces había sido la de conservar la representación de esa actividad encarnada en una persona de gran experiencia e interesada vivamente en la mayor parte de las materias científicas extraeuropeas, a las cuales, sostenía, da vida en todo momento “la frecuencia de los viajes”. A continuación exponía sus méritos, todos relacionados con sus trabajos científicos en Chile desde 1828 en adelante, recordando que “me marché de aquel país en 1842, sólo después de haberlo recorrido durante once años sin descanso y con la satisfacción de no haber dejado casi ninguna región inexplorada”.

Resultado de su quehacer científico su Historia física y política de Chile, que en 1856 ya contaba “con 24 volúmenes y 2 atlas en cuarto, comprendiendo 315 láminas coloreadas de las cuales la mayor parte fueron realizadas a base de mis propios dibujos”. En este trascendental manuscrito para la trayectoria de Claudio Gay se encuentran todos los elementos que explican su Álbum de un viaje por la República de Chile.
Gay nació en marzo de 1800 en la Provenza francesa. Desde su infancia demostró una inclinación por el estudio de las ciencias naturales y las excursiones dedicadas a ello. Alrededor de 1820 llegó a París para estudiar medicina y farmacia. Luego asistió a cursos públicos de Ciencias Naturales del Museo de Historia Natural y de La Sorbonne. En sus vacaciones hacía excursiones para herborizar fuera de Francia, o cumplir comisiones encargadas por el Museo. Además de Botánica y Entomología, sus aficiones preferidas, se adentró como autodidacta en la Física y la Química, para más tarde seguir cursos de Geología y de Anatomía comparada.
Años después, y al comienzo de su monumental obra, el naturalista afirmó que fueron sus maestros en París quienes le señalaron la República de Chile como la más indicada para satisfacer su desmedida curiosidad por investigar las producciones de algún remoto clima. Desde entonces comenzó a tomar nota de lo muy poco que se había dicho de la historia y de la geografía de esta parte de América.

Llegó a Chile tras aceptar la oferta del periodista y aventurero Pedro Chapuis, quien en 1828 organizó en París un grupo de profesores para establecer un colegio en Santiago. Claudio Gay vio en este viaje la posibilidad de dedicarse a la investigación en un país casi total y absolutamente desconocido para los hombres de ciencia europeos. Además de hacer sus clases en el Colegio de Santiago, se dio tiempo para recorrer diversos sitios y recolectar material científico, formando interesantes colecciones de plantas, animales y rocas.

El celo y la pasión que Gay mostraba por la historia natural, expresada en su infatigable actividad y dedicación al estudio, no sólo llamaron la atención de los pocos sujetos con interés por las Ciencias Naturales existentes en Santiago sino que también llegaron a conocimiento de las autoridades, en las cuales rondaba la idea de estudiar científicamente el país, una antigua aspiración que no había podido materializarse por falta de una persona idónea para acometer la empresa. Entonces ni siquiera existían mapas medianamente aceptables; poco se sabía de la situación exacta de las ciudades y puntos geográficos de importancia; nadie había estudiado sistemáticamente las especies naturales; y, menos aún, preocupado de las características geológicas o de precisar adecuadamente las condiciones climáticas de los ambientes en que comenzaba a desenvolverse la república.

En 1830, en los inicios de la república, el gobierno chileno contrató a Claudio Gay. Afortunadamente para Chile, el naturalista no solo cumplió con creces la tarea que se le encomendó: además, con los conocimientos que generó sobre la historia, el territorio y el mundo natural y cultural del país, contribuyó decididamente al proceso de organización republicana, ejercicio de la soberanía y consolidación de la nación. Un elemento decisivo en la determinación que el gobierno tomó, finalmente, fue el trabajo ya adelantado, que demostraba su capacidad como naturalista: en el lapso de un año había podido investigar acerca de la historia natural y la geología de los alrededores de Santiago; describir y pintar la  mayor parte de los objetos relacionados con ellas; preparar un plano de la ciudad capital y cartas geográficas del territorio; analizar las aguas minerales de Apoquindo; recopilar estadísticas del país en casi todas las administraciones y, por último, recorrer parte del litoral central y de la cordillera frente a Santiago.
De acuerdo con el contrato firmado el 14 de septiembre de 1830, Gay quedó obligado a hacer un viaje científico por todo el territorio de la república, en el término de tres años y medio, con el objeto de investigar la historia natural de Chile, su geografía, geología, estadística, y todo aquello que contribuyera a dar a conocer los productos naturales del país, su industria, comercio y administración.

Concluidos los trámites administrativos y los preparativos indispensables para emprender el viaje científico, Claudio Gay se  dispuso a acometer la exploración del territorio nacional, empresa que inició por la provincia de Colchagua en diciembre de 1830. Al año siguiente, y a la espera de poder abordar un barco para Europa, donde se dirigía para comprar instrumentos y libros adecuados para su trabajo, exploró los sitios cercanos a Valparaíso, que se extendió hasta mediados de febrero, zarpando hacia Francia el 14 de marzo de 1832.

En París Gay fue recibido entusiastamente por sus maestros, con  los cuales mantenía contacto epistolar, y frente a quienes, ahora personalmente, desplegó el fruto de su trabajo científico en Chile. El reconocimiento por su labor fue inmediato y se materializó, entre otras medidas, en que el gobierno francés lo distinguió con la Cruz de la Legión de Honor.
Ya de regreso, en mayo de 1834, y provisto de los instrumentos científicos necesarios para sus trabajos, así como de material para incrementar el gabinete de historia natural, Claudio Gay se trasladó  a Melipilla y Casablanca en junio, para regresar a Santiago y dirigirse a Valdivia en octubre del mismo año, llegando a la bahía de Corral a fines de mes. Allí recorre y explora los sitios aledaños. La siguiente etapa de su viaje lo llevó a la provincia de Coquimbo, instalándose en La Serena en septiembre de 1836. A fines de diciembre del mismo año reinició sus excursiones dirigiéndose hacia Andacollo y a las minas de sus alrededores. Luego emprendió viaje hacia el extremo sur de la provincia de Coquimbo.
En septiembre de 1837 se dispuso a volver al sur. Durante el mes de enero y parte de febrero de 1838 el sabio francés se dedicó a excursionar en los parajes cordilleranos frente a Santiago. Desde septiembre hasta diciembre de 1838 recorre las provincias del llano central, visitó la costa de Arauco hasta Tirúa, Nacimiento, la cordillera de Nahuelbuta y diversas localidades cercanas.

La mayor parte de la serie araucana de sus ilustraciones, como  “Juego de chueca”, “Un machitún” y “Araucanos” tiene su origen entonces; aunque también “Pinales de Nahuelbuta”, “Visita al volcán de Antuco”, “Caza a los guanacos”, “Vista de la laguna de la Laja”, “Molino de Puchacay” y “Salto de la Laja”, algunas de las cuales muestran elocuentes escenas del paisaje y la vida natural. Luego de un viaje al Perú iniciado en marzo de 1839, que le significó alejarse poco más de un año y cuyo propósito fue revisar los archivos limeños en busca de documentación relativa a la historia de Chile, se dirigió al norte de Chile en diciembre de 1841. Con esta última excursión, y luego de cuatro o cinco intentos fallidos por llegar a la provincia de Atacama, finalmente Claudio Gay cumplía su íntimo anhelo de “no dejar ningún punto de Chile sin haberlo realmente visitado”, como se lo hizo saber a Ignacio Domeyko en una carta fechada el 8 de diciembre de 1841. Al respecto, no debe olvidarse que en esa época el desierto de Atacama era el límite septentrional del país, y que todavía no se iniciaba el esfuerzo destinado a asegurar la soberanía nacional sobre el estrecho de Magallanes y su entorno.

Durante sus excursiones, y gracias a haber permanecido sucesivamente en cada una de las provincias, el naturalista recogió la mayor parte de las especies animales y vegetales existentes en el territorio considerado chileno en ese entonces. Preocupación especial mostró siempre por fijar con exactitud la situación de los puntos geográficos, los estudios geológicos,  el levantamiento de la respectiva carta geográfica de la zona visitada, realizar observaciones climáticas, conversar con la gente y observar sus formas de vida, práctica que le sirvió par obtener antecedentes de los hechos históricos e identificar los rasgos propios del pueblo chileno.
Una vez concluida la etapa de la investigación en terreno, Claudio Gay debía iniciar las tareas destinadas a dar a la prensa el fruto de años de trabajo. En su propuesta explicaba que editaría su obra sobre Chile dividida en varias secciones: la flora, la fauna, la minería y geología, la física terrestre y meteorológica, la estadística, la geografía, la historia y la costumbre y usos de los araucanos. El sabio francés tuvo clara noción de la necesidad de acompañar sus textos de “una gran cantidad de láminas iluminadas”, no sólo de los animales, plantas y restos que el mundo natural le proporcionaría; también, “con láminas de vistas, vestuarios y planos de las principales ciudades”, es decir, con dibujos que ilustrarían la sociedad y sus habitantes.

Dos grandes volúmenes de ilustraciones conforman el atlas geográfico, científico y de escenas pintorescas de la Historia física y política de Chile, cuyas primeras estampas se publicaron en 1844 y las últimas en 1854. La primera edición del Atlas de la historia física y política de Chile data de 1854. La mayor parte de ellos apareció con sus ilustraciones iluminadas, es decir, coloreadas, aunque también los hubo con láminas en blanco y negro.
Con las estampas sobrantes de la edición original el naturalista formó ejemplares, muy escasos, que obsequió a algunos de sus más cercanos e íntimos amigos y colaboradores y que llevan por título Album d`un voyage dans la république du Chili par Claude Gay, fechado también en 1854. Luego de estas ediciones, en 1864, realizó una segunda de los tomos I y II, esta vez compuesta casi en su totalidad por ilustraciones en blanco y negro.
En el que llamó Álbum de un viaje por la república de Chile de ClaudioGay incluyó un número variable de láminas que, en el caso del que fue reproducido en 1982 por Editorial Antártica, alcanzaba a 70 estampas. Muchos de los grabados del Atlas dan cuenta de los hechos, costumbres y modos de vida que habían formado el ir y venir de los chilenos de la época en que Claudio Gay vivió en el país, y que el naturalista viajero apuntó durante sus excursiones. Ellas son producto de las exploraciones, de las experiencias en terreno que pudo conocer, vivir, percibir y, en ocasiones, sufrir.

Las estampas contienen escenas que representan labores agrícolas y mineras, formas de sociabilidad, manifestaciones de piedad, edificios, espacios públicos, poblaciones, tipos y costumbres populares y vistas de paisajes del territorio. Junto a estas, el Atlas también ofrece ilustraciones de especies vegetales y animales, dibujos del sabio francés para explicar lo que se nombró “la ecología del país, su paisaje, sus flores y sus frutos”. Una serie de mapas de las provincias de Chile, de algunos de sus principales puertos, de sus accidentes geográficos más notorios, y planos de Santiago y de la batalla de Maipú también fueron incluidos. Todos, encabezados por el gran Mapa para la inteligencia de la Historia física y política de Chile.
Considerando el valor de las estampas, Claudio Gay reúne en su Atlas, y luego en su Álbum, además de las cartas y planos, cuarenta y seis ilustraciones que permiten apreciar el estado de una población particular, la belleza de un paisaje natural o la representación de un hecho significativo para la historia, como por ejemplo un parlamento en la Araucanía o el incendio de Valparaíso. Todas ellas son preciosos testimonios del quehacer de culturas originales, como los restos arqueológicos presentados, o bien de espacios urbanos o hábitat naturales tal vez hoy inexistentes. Pero también de costumbres, modos de ser, hábitos, faenas y tareas campesinas y mineras, medios de transporte, vestidos, diversiones y tipos sociales ya desaparecidos.

La sola existencia de una obra como la compuesta por Claudio Gay a mediados del siglo XIX muestra la intención de ofrecer una visión amplia de la realidad de Chile. En él se produce la conjunción entre el afán por el estudio de la naturaleza y el de la sociedad; entre la descripción del ambiente natural y la exposición de la realidad social generada por el desarrollo de la humanidad en el territorio chileno.

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